Traducción: Fernan
Corrección: Ganzito
Capítulo 4: Tres años en el bosque
LA ADIVINA VINO a verme muchas veces después de eso. Venía a charlar conmigo y me daba pociones menores. Ella también compartía sus comidas.
Las cosas sólo empeoraron para mí. Al cabo de un año, ya no podía volver a casa.
Me quedaba afuera llorando y tirando piedras a las ventanas, pero entonces papá salía y me pegaba. Me dolía más que nada, y mamá ni siquiera intentaba detenerlo.
Las pociones ayudaban, aunque eran menores. Mi cuerpo estaba cubierto de cicatrices, pero no lloraba por ellas.
En cierto modo, fue un alivio esconderme en el bosque. No quería encontrarme con nadie, así que mejoré evitando a la gente entre los árboles y la maleza.
Leía una y otra vez los libros de la bolsa de la adivina para que se me metieran los conocimientos en la cabeza. Frutas comestibles, plantas venenosas, hierbas medicinales… Ahora podía distinguirlas a primera vista. Mi vida en el bosque se había vuelto más cómoda. Enfermar por comer plantas venenosas era sólo un mal recuerdo.
También había un libro sobre la caza con trampas. Aprendí lo que pude y encontré algunas trampas que podía hacer por mi cuenta. Me costó algunos intentos, pero al poco tiempo ya estaba atrapando presas. Pensé que podía escuchar a mi pasado yo gritar mientras destripaba y limpiaba a mis presas, pero esa podría haber sido mi imaginación. ¡Estaba emocionada de volver a comer carne!
Después de tres años agotadores en el bosque, era fuerte. Podía correr largas distancias entre los árboles. También mejoré en la caza de animales pequeños. Podía curar mis propias heridas con hierbas medicinales, pero normalmente era mejor usar una poción menor. La vida en el bosque no era tan mala.
La adivina me visitaba cada dos semanas… o eso se suponía. Pero había pasado más de un mes, así que decidí ir al pueblo por primera vez en años para ver cómo estaba. La gente con la que me cruzaba no podía ocultar su sorpresa; tal vez me daban por muerta. Como si me fuera a morir tan fácilmente.
Fui a casa de la adivina, pero nadie respondió. ¿Había ocurrido algo? Ahora sí que estaba preocupada. Podía escuchar los susurros de los aldeanos detrás de mí. Cuando escuché más de cerca, lo que escuché hizo que me doliera el corazón; era como si esos espectadores lo estuvieran apretando con sus propias manos, pero… ya había obtenido mi respuesta.
Me di la vuelta y corrí hacia lo profundo del bosque. La adivina estaba muerta. Se había resfriado, decía la gente, y le habría resultado muy fácil curarse. Si el jefe le hubiera dado una poción…
Pero el jefe se negó. La jefa se negó y todo fue por mi culpa… porque había sido amable conmigo. Todos en el pueblo la odiaban por mostrarse amable conmigo y yo ni siquiera lo sabía. Todo fue era mi culpa… Huí de vuelta a mi escondite. Estaba entumecida; no podía hacer nada. Estaba triste, pero… no lloraba. ¿Por qué no podía llorar?